Salió del bar. La noche se había apoderado de cada esquina, "no hay escapatoria". Echó una ojeada a su Tag Heuer: las diez en punto. Caminó hacia el recinto ferial; las luces locas de las atracciones iluminaban el entorno y miles de personas merodeaban por el paseo marítimo. El punto acordado era fácil de encontrar: la gran noria. Sex llegó a la hora exacta, y con puntualidad británica su teléfono móvil vibró un par de veces; un mensaje de texto describía con precisión el objetivo. Realizó un fructífero barrido; su hombre se hallaba en el puesto de perritos calientes: camiseta floreada, de rubia melena recogida en una coleta y tatuaje geométrico en su brazo derecho. El tipo salió dirección a la noria con el propósito de sacar un tiket, pero no lo hizo. Se dirigía sin rumbo aparente entre la multitud, giró a la izquierda y se detuvo en una tómbola de tiro, Sex esbozó una leve sonrisa. Aguardó atento, sin apremiarse, escuchando los latidos de su propio corazón bombeando por encima de las músicas estridentes que se entremezclaban con el humo de las barbacoas de carnes a la brasa. Nada importaba, ni los gritos de quienes sufrían los vaivenes del "Revolution", ni las sirenas de los caballitos, ni el ritmo latino de Rubén Blades que desgranaba sus éxitos sobre el escenario central. Sex y su hombre, ellos dos en mitad del caos, con la sangre circulando por sus venas a más de cien por hora. El rubio abandonó la escopeta y se detuvo en mitad de la calle, miró su reloj y tecleó un rato en su smartphone. Caminó a contra corriente, hacia las dársenas abandonadas del viejo astillero; las grúas permanecían inertes y oxidadas como garras que arañan la noche. Lo vio al fondo, solo, como el día en que llegó al mundo, hablaba alterado por su teléfono, gesticulando. Cuando se giró, todo ocurrió muy rápido; la mirada del rubio mezcla de sorpresa y desamparo, el revólver de Sex como una prolongación de su mano y la pregunta del hombre desarmado al identificar ese rostro, inolvidable amistad de la infancia: "¿Sebastián?" Y a pesar de que todo fue tan breve, una vida entera recorrió su mente. Sebastián identificó de pronto a su viejo amigo, su voz, sus juegos, sus anhelos, y entonces fue cuando respondió a su duda: "¿Sebastián? Error. Mi nombre es Sex."
¡¡¡BANG!!!
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