viernes, 9 de enero de 2015

Carta a mi Lector Favorito

Querido lector:
      Te he echado de menos. He pensado en ti cada semana, cada instante. Las ideas afloraban, Paco y Rorro me susurraban historias, Gijón aguardaba sin saber que yo seguía recreándome en sus atardeceres, escuchando con atención el murmullo amenazador de sus mareas. Sin embargo a punto estuve de romper con todo, dejar morir al gijonés que arranca de su corazón cada relato que comparto contigo.
      Es imposible olvidarte, hay caminos sin retorno y el nuestro es uno de ellos. Hemos compartido ese mismo aire, salado y frío, pisado la arena de San Lorenzo y contemplado el perfil de la ciudad desde las cumbres más hermosas. No puedo pedirte más. Formamos parte de un mismo escenario, aunque jamás lleguemos a vernos cara a cara, nos une el vínculo atávico de la tierra, el paisaje sentimental del recuerdo. Hemos reído y llorado con el Cantábrico a nuestros pies, hemos besado cobijados en la noche al regresar a casa desde Cimadevilla, hemos esperado pacientemente bajo los soportales de Marqués de San Esteban mientras la lluvia arreciaba. La lluvia.
      Estuve a punto de abandonar. Me preguntaba si todo esto tiene algún sentido. Escribir resulta en ocasiones doloroso, una especie de grito desesperado que nadie escucha. ¿Es posible que sea yo el único capaz de ver lo que veo? Y apareció el azote del tiempo, el tic tac inapelable, y me arrastró con fuerza hacia territorios prosaicos. No nos engañemos, la cultura es un tesoro que no se encuentra al alcance de todos; la literatura, la música, el arte en general requieren dedicación , entrega mental y espiritual. La rutina nos aleja de la belleza, es la antítesis de la creatividad. Traté de razonar con ese contador de historias que llevo dentro, hacerle ver que en los ratos libres su ánimo no estaría para narraciones sino para un ratito de tele y a la cama. Y entonces apareciste tú, mi lector favorito, el maravilloso anónimo que nunca conoceré, y me dijiste que te sentirías abandonado sin mis retratos de Gijón, que de alguna manera estaba en deuda contigo, que habíamos recorrido las calles de nuestra ciudad pero que aún nos aguardaban instantes únicos que morirían en mitad de la nada si yo no los rescataba de lo más profundo de mi imaginación.
      Abrí los ojos. Sabía que la fuente no estaba agotada. Era cierto cuanto me decías. No podía dejarte solo en este camino sin retorno. Te propongo reencontrarnos cada mes, puntualmente, mantener la llama viva por mucho tiempo.
      Gracias por rescatarme, gracias por seguir ahí, gracias por leer. He vuelto con la intención de permanecer al otro lado, frente a ti. Tú eres el espejo en el que mirarme, si tú no estás yo tampoco estoy. Escribir es tejer un sueño con palabras y compartir contigo ese mismo sueño es cuanto deseo.

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Carlos Álvarez Castañón