Me quedaría sin dudarlo con el territorio menos luminoso, esos rincones que están por descubrir, cercanos al flujo de turistas que toman fotos casi por obligación y que sin embargo permanecen lejos del tránsito foráneo. Ocurre en todas las ciudades; en la nuestra, también. Es fácil plasmar en la mente imágenes típicas de postal, de las que aparecen una y otra vez en la memoria siempre que pensamos en Gijón: La playa de San Lorenzo con la iglesia de San Pedro al fondo, la estatua de Pelayo presidiendo la entrada al Barrio Alto, el Elogio del Horizonte al borde del abismo...Estampas del Gijón convencional que yo mismo he retratado en más de una ocasión. Pero hoy he decidido perder mis pasos con la mirada distraída, sin prisa, saboreando un café mientras contemplo como fluye la cotidianidad ante mí, mientras me detengo ante el escaparate de una tienda de regalos, mientras cae la noche sin darme cuenta instalado en otros mundos de tinta y de papel. Y he descubierto (en realidad hace ya mucho tiempo de ello) la calle perfecta, escondida y recoleta, céntrica pero secundaria. Se trata de la Merced. Su trazado comparte espacio con San Bernardo, la plaza del Parchís, los Moros o Begoña, pertenece al Gijón eterno de Jovellanos, a la élite de la burguesía de principios del siglo XX, donde se fraguaba el día a día de una villa disfrazada de gran ciudad. Y precisamente por esa ubicación, la Merced es una calle que conserva el esplendor del recuerdo, del buen comercio y la distinción, a salvo de franquicias y bazares chinos. No es sencillo encontrar una calle en la que sea factible comprar zapatos artesanos, paraguas de diseño, sombreros, ropa exclusiva, hacer un alto para tomar un refrigerio en un acogedor local, leer un buen libro, visitar una exposición pictórica, asistir a una conferencia y rematar haciéndose un lifting. En este rincón de la ciudad se halla la clave del éxito, la solución a la uniformidad cansina y aplastante, un homenaje digno al autónomo que crea su negocio tratando de ser diferente y personal. Es curioso, reconfortante descubrir que apenas existen locales vacíos aquí, que el corazón de la ciudad sigue latiendo con fuerza pese a todo. Probablemente nadie de aquellos que están de paso por Gijón sean capaces de recordar el nombre de esta calle cuando se hayan ido, tal vez aludan a ella simplemente como "la calle de atrás"; y es que la Merced es como una de esas gloriosas actrices secundarias que convierten en sublime una buena película. La Merced resulta perfecta como escenario, el lugar idóneo donde nunca pasa nada, el plácido refugio del discreto adinerado que prefiere vivir en segundo plano, salir a la calle al anochecer y pasear un buen rato por
la playa descalzo sobre la arena, disfrazado de lo que nunca ha sido y nunca será, borrando su pasado a golpe de ola que muere a la orilla, anónimo, náufrago... Tal vez la imaginación me esté llevando demasiado lejos, tal vez las historias que construyo al contemplar los miradores de sus edificios no sean más que niebla, bruma volátil del Cantábrico que impregna cada esquina.
Las sombras se adueñan de mis pasos, alguien me sigue, me siento vulnerable, abandonado. Necesito una guarida. Busco en los portales, golpeo las puertas con los puños cerrados. Camino más deprisa, miro atrás pero no veo a nadie. La plaza del Parchís está desierta, trato de gritar pero no puedo hacerlo. Sólo existe el mar, la niebla que envuelve los perfiles. Me detengo, él también se detiene. Estoy perdido, nadie escuchará mi súplica. Alzo la vista y respiro hondo.
Al fin a salvo: "Librería Paradiso".
A si es!muy bonito y real!para mi escrito,saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Maribel.
EliminarMi ortografía y manera de expresarme en castellano no es la mejor!lee comprendes bien?;-)
ResponderEliminarTranquila se entiende perfectamente. Saludos cordiales desde Gijón.
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