Atravesé el umbral de la librería con el corazón palpitando en mis oídos. Respiré hondo una , dos, tres veces y contemplé el sosiego: A mi izquierda, detrás del pequeño mostrador, un hombre me saludó con una pequeña sonrisa, al otro lado, un par de jóvenes escrutaban discos con avidez. Por un instante me quedé allí contemplándolos, pensando en la magia de aquel lugar sin tiempo, un espejo de mi mismo que continuaba una búsqueda interminable entre la música. Me giré y descendí unos escalones. Recorrí despacio con la yema de mis dedos el paisaje monótono de los libros. Arte, filosofía, ensayo, novela policíaca...¿Sería posible una respuesta tan sencilla y compleja a todos nuestros males?. En aquellas estanterías yacían miles, millones de razones por las que vivir, pensamientos petrificados en tinta, historias de locos que batallan en pos de la justicia y el honor, desterrados que navegan mares procelosos, que descubren extraordinarios lugares y que aún sueñan con su propia tierra, retratos de lo que fuimos y de lo que anhelamos llegar a ser, trozos de un espejo roto que nos devuelve el reflejo de una mirada perdida. Me dejé llenar de ese aroma a papel, a libro que aguarda ser leído, la resurrección de tantos y tantos que duermen y esperan para recorrer el laberinto de una nueva mente. Unamuno, Cervantes, Quevedo, Larra, Machado, Lorca...todos me susurran, y siento que la levedad de mi existencia encuentra una vez más en este lugar el mejor de los refugios. La memoria se hace corpórea, se respira, se palpa, se contempla en la perfección de un libro, más allá de su contenido, reivindico a éste como objeto, digno y bello, compañero de viaje, amigo inseparable que siempre se muestra con plena disposición a rescatarte de la amarga soledad, que te mira en silencio cuando pasas junto a él, que te espera y te ilumina. La Librería Paradiso no es más que un pequeño rincón de mi ciudad, de esos que permanecen inalterables con el transcurso del tiempo, una especie en extinción ajena al devenir tecnológico y de las falsas verdades que brillan en esta sociedad de consumo. Hace poco leí en la prensa que en nuestro país, con esto de la crisis, se ven obligadas a echar el cierre una media de dos librerías cada veinticuatro horas. Negocios, al fin y al cabo igual que una charcutería o una tienda de ropa; sin embargo, el dato es demoledor. No se lee, amigo mío, aunque tú quizá seas la excepción que confirme la regla. Es triste la oscuridad, la ignorancia orgullosa del que se jacta de no haber leído un libro en toda su vida. Pero déjame que continúe con mi deleite, cada uno de mis cinco sentidos activado como la savia de un árbol en primavera. Asciendo por la escalera que da acceso al corredor; desde allí me siento capaz de elevarme a las alturas: Platón, Aristóteles, Kant, Descartes...¡Cuántos libros por leer, mundos por descubrir! Sobre el silencio se ha instalado el piano de Bill Evans que desgrana las notas de una preciosa balada que lleva por título:"I love you Porgy". Todo es tan maravilloso y fugaz...
Siempre que regreso a Gijón mis pasos me llevan hasta la Librería Paradiso huyendo de la niebla, tratando de encontrar a ese muchacho que no deja de formularse preguntas, que goza al escuchar los primeros acordes de Pat Metheny o leyendo la prosa de Graham Greene.
Si queréis, os espero.
Hay sitio para todos.
la maravilla de los libros y de aquellas librerias donde podias pasarte horas buscando y mirando algo interesante nuevo o viejo
ResponderEliminarSí, querido Ángel. Son lugares donde el tiempo se detiene. Las librerías gozan de un olor especial, de una atmósfera única, simplemente un mundo maravilloso. Gracias por seguir ahí.
ResponderEliminarCon calor bonita tuve el privilegio de visitarla una estudiante de Zürich ,suiza ella me dio la dirección,ya ves Carlos ,hasta aquí la conocen!si creo que esas cosas no son casualidades!
ResponderEliminarSaludos muy bonito escrito melancólico .........me gusta Carlos
Muchas gracias Maribel. Me encanta que sigas leyéndome y que nuestros rincones de Gijón se conozcan en lugares lejanos. Saludos cordiales.
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