La historia siempre se repite. Nos encanta tropezar una y otra vez con la misma piedra. Los viejos errores se olvidan y despreciamos la sencillez cuando se trata de buscar soluciones. Veréis, ha caído entre mis manos un delicioso volumen de casi doscientas páginas en el que se recorre la historia del Real Sporting de Gijón; fotos en blanco y negro, anécdotas, estadísticas... Es una radiografía de lo que hemos sido, de nuestros logros y de nuestras miserias, realidad al fin y al cabo plasmada sobre el papel, muy necesaria en estos tiempos. Pero hay algo palpable en la vida del Sporting, algo que todo dirigente de este club debería conocer; sus valores, su raíces, su esencia. Me llama la atención el contraste de los buenos y los malos tiempos al cotejarlos con las decisiones que la directiva adoptaba en materia de fichajes. Siempre que vestían de rojiblanco chavales de la casa, el equipo corregía su rumbo, luchaba por ascender a primera división o lograba dignas clasificaciones en la máxima categoría. Después, tras abandonar la filosofía de la cordura, se perdía el norte, llegaba la zozobra, los pañuelos en la grada. Eran años de ida y vuelta en los que teníamos un equipo ascensor, incapaz de asentarse en lo alto sin mayores sobresaltos. Pero de todo se aprende y tras once temporadas en segunda, allá por la década de los sesenta, se apuntalaron los cimientos del gran Sporting, a base de paciencia se construía un conjunto que rozó un título de liga y dos copas del rey. Es cierto, todo es distinto ahora, incluso el fútbol, sin embargo el sentido común, la sensatez, son valores imperecederos que por fuerza nos han de llevar al camino correcto, al que jamás debimos abandonar.
Nadie es capaz de negar una evidencia como ésta: en pleno siglo XXI resulta gozoso sentarse en la grada del Molinón, dejarse llevar por el ímpetu de la juventud, la pasión por unos colores, la simbiosis perfecta entre afición y futbolistas. Es emocionante la entrega, el desparpajo, el corazón en cada jugada, la concentración absoluta en el trabajo, el sudor y las lágrimas, el hambre rojiblanca hecha equipo, locos por besar el escudo después del gol, no para hacerse la foto, sino por amor a unos colores, sincero, sin imposturas ni disfraces, porque soy de los que creo que por encima de lo profesional están los sentimientos, ése es el fútbol que yo añoro, en el cual los jugadores apenas duermen cuando caen derrotados, en el que sueñan los sueños de la afición cuando ganan, romanticismo puro y duro, homenaje permanente a Anselmo López, Fernando Villaverde, Manolo Meana, Tamayo, Amadeo Sánchez y tantas otras leyendas del viejo Sporting. Sé que si todos ellos presenciasen un partido de este equipo, sonreirían orgullosos al identificar sobre el césped un reflejo de sí mismos. Quien no los haya visto jugar tal vez desprecie mis palabras infravalorando la entrega y el trabajo, pero estos guajes atesoran muchas cualidades que no se adquieren de la noche a la mañana, tienen calidad, desborde en el regate, velocidad, clarividencia, disciplina táctica, capacidad competitiva, son muy buenos, no son guajes al uso, son superguajes, capaces de encauzar el desastre de una gestión ruinosa, de encender la llama de la ilusión en toda una ciudad, en la Asturias rojiblanca que disfruta con plenitud de un equipo decidido a darlo todo sin pensar en el mañana, sin saber incluso si existirá un mañana.
Capítulo aparte merece Abelardo y su cuerpo técnico, gente normal que conoce esta tierra porque es su tierra, que han pisado la grada del Molinón y que han probado el amargo sabor de la derrota.
De pronto todo resulta tan sencillo...Existe un maravilloso lugar llamado Mareo, donde crecen lo guajes con un balón entre los pies, ¿sería posible que la historia, una vez más, no se repita? El olvido es el fracaso. Dejadme seguir soñando, aunque sólo sea hora a hora.
Libro sobre el Sporting, interesante, podrías decirme la editorial, el escritor...
ResponderEliminarPor cierto como disfruto con estos guajes, a ver si nos dejan vover a la esencia del Sporting, gente de aquí comprometida con lo nuestro.