miércoles, 21 de octubre de 2015

Agujeros Negros

      Era más allá de medianoche. Podía intuirse la presencia de las olas rompiendo en San Lorenzo, con esa escandalosa armonía, monótona, hipnotizante. En el "Vértigo" sólo quedaban los de siempre, almas perdidas sin nadie que aguarde su presencia en el hogar. Y en ocasiones como aquella, con el otoño, el olor a sal, se encendía la llama de la nostalgia poética, ésa que todos llevamos dentro y que inevitablemente surge al amparo de la soledad no deseada. Allí estaban, Rorro, poniendo orden tras la barra mientras sonaba de fondo la monótona voz de la presentadora de un telediario, Paco, cerveza en mano y el gran Baco, representante jubilado de vinos y licores que tomaba los últimos tragos de su "Marqués de la Camocha". Salieron a la puerta del bar para fumar un cigarrillo, Rorro se unió a ellos.
-¿Creéis en la antimateria?- preguntó Paco con la mirada perdida entre la oscuridad del mar. Se hizo un silencio. Cinco, tal vez diez segundos. Rorro apuró un trago a su gin tonic y resolvió:
-Paco, deja la bebida.
      Nuevo silencio valorativo. Era tarde para adentrarse en terrenos metafísicos, pensó Rorro pragmático, sobre todo después de haber pagado la renta del local, eliminar los orines del retrete con la fregona y peleado con la rutina tediosa de tanto jubilado.
-Insisto-Paco parecía dispuesto a calentar la noche.-Hoy-continuó- he pasado por el "Oasis".
-¿Qué "Oasis"?- intervino Baco-¿la discoteca?; ya no existe.
-De eso se trata, de antimateria.
-¡Joder!-Rorro esbozó una leve sonrisa-.Vamos, suéltalo ya, no cerrarás la boca hasta que no compartas con estos dos mequetrefes indefensos tus reflexiones grandilocuentes. Paco le tomo por la palabra:
-Has asegurado antes, Baco, que el"Oasis" ya no existe.
-Y es cierto.
-En parte. Creo que nada se volatiliza. No puede desaparecer sin más un microuniverso, somos seres transversales, conectados al pasado, amarrados a los recuerdos, capaces de encontrar sentido a nuestra existencia gracias a un olor, una canción, un paisaje, hilos que nos acercan a lo que fuimos, memoria dormida que despierta cuando menos te lo esperas.
      Baco lo miraba de reojo sin saber qué decir, sin saber qué pensar acerca de aquello. Intuía que Paco viajaba por esa carretera secundaria llena de curvas en mitad de la niebla espesa, la misma carretera que él tantas veces había recorrido conduciendo su coche, tratando de perderse entre las montañas del oriente asturiano, huyendo del futuro. Qué curioso, pensó de repente, probablemente ambos tuviesen de alguna manera  pavor a lo desconocido, al mañana incierto.
      Rorro había entrado en el bar, Baco buceaba en sus pensamientos y Paco seguía hablando:
-Me niego a renunciar a todos esos momentos, a esos besos en el reservado, al funky de Kool & the Gang, mis primeras borracheras, cuando todo estaba por venir, cuando todo por fuerza habría de ser maravilloso-una mano sobre su hombro pareció devolverlo al presente. Rorro le ofrecía otra cerveza.
-Bebe, anda, a ver si descansa un poco esa cabeza.
-No decías que lo dejase...
-Ya, sin embargo estoy convencido de que eres un caso perdido.
-Vamos Rorro, tú sabes de lo que hablo-Paco imploraba ser comprendido-. ¿Cuántas veces hemos bailado en esa pista? ¿Cuántas risas, emociones y desengaños? Dímelo tú Rorro, vamos.
-Recuerdos.
-Mucho más que eso. Tú, y yo, y ese maldito emigrante que escribe acerca de nosotros tenemos nuestra historia, son pasos grabados en la arena que marcan lo que somos.
-Huellas que borrará la marea.
      Paco parecía desconcertado, como quien trata de procesar una idea demasiado densa.
-Nadie hablará de nosotros dentro de cien años Paquito. Piensas en ti y en tus colegas como si fuéramos el centro del universo, pero te equivocas. El "Oasis", el "Tik"...y tantos otros lugares de nuestro Gijón no son más que agujeros negros, capaces de absorber el presente y el futuro, de meternos dentro como si cayésemos en una espiral eterna que no nos conduce a ninguna parte.
      Se podía oír con claridad el rumor de las olas. Por lo demás, silencio, a lo largo de la avenida no circulaban coches, nadie vagaba por las calles y la mar se adueñaba otra vez de cada rincón de la ciudad, maquillaba los perfiles difuminados como si se tratase de una fotografía en blanco y negro desenfocada.
-¿Y los cines...?, ¿qué me dices del Robledo, el Arango, el María Cristina...?-susurró Paco con la voz temblorosa.
-Tómate la cerveza amigo-dijo Rorro-. El próximo día, si te apetece, nos vamos al cine.    

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Carlos Álvarez Castañón