miércoles, 30 de noviembre de 2016

Noviembre

 
  
       Había estado paseando toda la tarde sobre las hojas secas. Se detenía de vez en cuando para alzar la vista y recrearse en los colores de la mudanza, luego, continuaba con el gozoso crepitar bajo sus zapatos. Una alfombra se extendía ante sí, el tiempo se deshace en pequeños trozos muertos y las sombras de los árboles se recortan sobre el cielo gris, ramas que son abrazos sedientos que preludian un invierno frío. Hay cantos de aves desconocidas, se confunden con el eco de sus pies. Al fondo se adivina el estanque, la noche...
      Paco se entregaba al romanticismo con frecuencia; al menguar los días crecía en él una melancolía silenciosa: la noche, la bruma del mar, el abandono solitario, era una especie de ritual que se repetía cíclicamente. Solía adentrarse en el parque de Isabel la Católica perdiéndose entre los pequeños detalles. Aquello representaba la belleza sublime de lo efímero, un soplo divino al alcance de la mano. Sentía devoción por todo aquello que el tiempo disfrazaba con su pátina inconfundible, Él era el único Dios capaz de dictar sentencia. Paco lo aceptaba con resignación, conocedor de que cualquier rebeldía hacia Él habría de ser inútil y así, decidió descubrir la grandeza de la vida mirando de reojo a la muerte, el final del camino, el largo invierno.
      Azucena no profesaba esa misma religión. Ella era una mujer de sesenta y pico, soltera y odiadora de espejos. Azucena nació con la desgracia de ser la más bella, todos la miraban, deseaban su mirada azul, su piel clara como la luna. Pero Él es implacable, cruel. Se ensaña con quienes se creyeron dioses y Azucena lo fue, una diosa breve, un tic tac inapreciable en la inmensidad.
      Todo comenzó una mañana en la que contempló su propia imagen de frente. Fue tan sólo una chispa, casi inapreciable, el reflejo de una mujer mayor, el atisbo de un futuro horrendo. Desde entonces comenzó a rechazar todo aquello que encerrase la idea, el concepto de ese mal llamado "tiempo", se negó a seguir avanzando y decidió que no estaba dispuesta a envejecer. Un día salió despavorida del cine Robledo, en mitad de una película de terror, cuando recapacitó acerca del fondo que escondían esas historias de vampiros que tanto había disfrutado de niña. Ocurrió después de un diálogo entre el Conde Drácula y su joven víctima Lucy, el vampiro le susurró al oído las delicias de la inmortalidad, un amor eterno con la noche como único testigo. Azucena sintió una pena insondable, deseaba llorar, salir corriendo, no estaba dispuesta a derramar una sola lágrima en mitad del patio de butacas. Así que se fue y gritó frente al mar su desdicha, sobre la arena de San Lorenzo, en soledad, como siempre. Aquella noche regresó a casa abatida, con la idea oscura de la muerte aleteando, igual que el murciélago en la ventana del castillo.  A partir de entonces nuestra diosa emprendió una dura batalla contra el Todopoderoso, juró hacerle frente con todas sus fuerzas, estaba dispuesta a derrotarlo: Retoque de párpados, estiramiento facial, arreglo de la zona del cuello, el mentón, los labios, la nariz... A medida que Azucena se sometía a una nueva operación, la verdadera Azucena se perdía más y más. Abandonó toda esperanza pocos meses después de inyectarse la última dosis de Botox, se miró en el espejo y lo rompió en mil pedazos. "He perdido", masculló mientras retiraba del suelo los últimos pedazos de cristal.
      Paco tiene la impresión de que al fondo se recorta la silueta de una mujer, se adivina a contraluz camuflada entre los olmos. A medida que se acerca descubre detalles de lo que ve: la fina película de agua sobre la que flotan los cisnes, las hojas muertas y la mujer bajo una capa que oculta el rostro  mostrando su espalda. Él ha llegado a su altura, se detiene a su lado, la noche es inminente, ella permanece inmóvil. Paco rompe el silencio con un hilo de voz:
-Creí que estaba solo en el parque.
      Ella no responde, al menos durante un largo minuto, después se gira levemente hacia él y susurra:
-Dame la mano por favor, no soporto el mes de noviembre.

       

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Carlos Álvarez Castañón