jueves, 30 de junio de 2016

Junio

   
      Quiero dejar atrás la melancolía, asomarme a la ventana en un amanecer limpio, azul intenso, sentir que el sol entra a raudales, que barre la zozobra y el miedo, olvidarme del orbayu, de la bruma densa, de la humedad y de la noche incierta. Hoy necesito caminar por el Muro bien temprano, con el Cantábrico sereno, con las sombras alargadas hacia poniente, sentir mis propios pasos marcando el tiempo y trazar sin prisa el dibujo de las olas desde San Pedro hasta el Rinconín, sentarme a contemplar el reflejo del día y escuchar el detalle minúsculo de lo intrascendente. Y continuar por la costa hacia la Colina del Cuervo, recrearme en los acantilados, la Isla de la Tortuga, el verde precipitándose en las olas, el Cabo de San Lorenzo...
      Gijón es una ciudad ambivalente, camaleónica, capaz de transformarse en alegría vital después de un tenebroso atardecer, de esos escasos rincones del mundo en los que se muestran grandes tesoros a la luz del sol, que transmite alegría, ganas de vivir. Los gijoneses somos conscientes de todo ello, sabemos como nadie que una tarde soleada puede durar apenas una hora; y entonces, los paseos, los parques y las playas, se llenan de gente que camina, juega, corre, charla, anda en bicicleta, disfruta de las terrazas...Junio es todo esto y mucho más: el preludio del verano, la promesa de lo que ha de llegar, el triunfo del día sobre la noche. A los habitantes de Gijón les encanta la luz, el atardecer cálido, un deambular por el muelle caminando despacio, sin rumbo fijo, una botella de sidra en la cuesta del Cholo y desde allí, recrearse apurando hasta el final el último trago antes de que el sol nos regale una acuarela incomparable de turquesa y carmesí sobre el cielo incendiado. Mañana será otro día, tal vez gris, cuajado de nubes bajas de lluvia fina. Ahí radica el encanto de Gijón; carpe diem. Cada uno de esos días soleados adquiere un extraordinario valor en esta ciudad, quizá por ese motivo los lugares comunes resulten más bellos a la luz de junio, cualquier rincón resplandece, reclama su protagonismo, merece ser inmortalizado a través de una fotografía. Junio transforma la tristeza en serenidad, ilumina las calles de Cimadevilla, llena de niños los parques y nos empuja a salir, a ventilar la casa con aire tibio; la mejor época del año para descubrir lo que siempre ha estado ante nuestros ojos. El gijonés conoce las claves de su ciudad, acude a los lugares donde mejor brilla el sol: el Tostaderu, los Pericones, el Cerro de Santa Catalina...La ciudad se transforma y sin embargo no es el esplendor del incipiente verano el que la hace bella sino los gijoneses con su presencia, el verdadero alma de Gijón, un potencial que se manifiesta en cada actividad, que comparte un sentimiento, un amor y un orgullo por lo que consideran parte de ellos. Mi ciudad es la gente que la habita, su hospitalidad, su pasión por el día a día, por la fiesta y por la rutina. Qué bello es vivir en un lugar donde su climatología resulta imprevisible, donde cada rayo de sol se considera un regalo, a la vera de un mar en calma que se embravece de la noche a la mañana, rodeado de parques, largos paseos por la costa, lleno de gente que disfruta la calle, que goza, que contempla con sus propios ojos la luz incomparable de un nuevo amanecer.
      ¡Qué bello es vivir en Gijón!

blogdelgijones.glogspot.com

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Carlos Álvarez Castañón