martes, 31 de mayo de 2016

Mayo

 
       Es el mes de la verdad, el instante cruel en el cuál se escribe el destino: la gloria o el infierno. El verde intenso del Molinón resplandece, el rojiblanco de las camisetas tiñe el graderío, hay ilusión y miedo, la sentencia final está a punto de dictarse: un rechace, cualquier error puede ser definitivo. Un año más llegamos al final del camino sobre el alambre, mirando abajo, al precipicio de la segunda división, rememorando aquellos penaltis robados o los puntos que no amarramos en la primera vuelta, pero nada importa ya, tan sólo la tozuda matemática. Y una vez más hemos materializado el milagro, o como yo prefiero creer, la justicia poética se ha impuesto, quizás por el empuje de toda una ciudad que quiere ver a su equipo del alma siempre en primera, quizás porque en algún lugar del Olimpo los dioses compartían con Manolo Preciado y con Alejo una conversación distendida y fueron incapaces de sembrar la desdicha entre nosotros, o quizás porque sobre el césped del Templo hemos vuelto a ver a un grupo de futbolistas íntegros, que han entregado sudor y lágrimas a una causa común en la que nunca dejaron de creer, incluso cuando muchos dieron por perdida la categoría en mitad del crudo invierno. A diferencia de otros equipos, éste sentía los colores, deseaba la permanencia como cualquier aficionado que entona el himno con la bufanda al viento. Se ha hecho de la necesidad virtud, la restricción en los fichajes ha recordado quiénes somos y cuál ha de ser el papel de la cantera y ellos han salvado al club, primero evitando la más que probable disolución gracias al ascenso a primera y después dejándolo en la máxima categoría para sanearlo económicamente de una vez por todas. Y a cambio de muy poco dinero, futbolistas capaces de demostrar que no todo en esta vida es el sucio parné. A ellos les reserva la historia un lugar de privilegio, la etapa de los "superguajes" será recordada siempre, y podremos decir algún día a nuestros nietos paseando por El Muro: "yo estaba allí, los vi entregándose, los vi triunfar".
      Pero las despedidas siempre llevan de la mano tristeza, mucha tristeza. Tengo la sensación de que se ha cerrado una página, que las celebraciones de cada gol ya no serán iguales, tal vez sea cuestión de tiempo el asimilar los adioses de tanto ídolo de carne y hueso. A Jony se le recordarán sus galopadas por la banda izquierda y compartirá instantes gloriosos con Ferrero, de Luis Hernández guardaremos para siempre sus saques de banda, su serenidad en el centro de la defensa, su pundonor. Las pinceladas geniales de Alen Halilovic, su homenaje a la sidra brindando con la grada, los hat-trick de Sanabria, su clase y elegancia, el compromiso y entrega de Omar Mascarell y muy especialmente Barrera y Álex Menéndez, dos guajes de Mareo, esencia pura de sportinguinsmo, una vida entera creciendo con el escudo en el pecho, que merecían una despedida digna, con los honores del soldado anónimo que entrega su vida para ganar una guerra, sois grandes por lo que habéis dado, por lo que sentís, os merecéis todo lo mejor. Y no quiero olvidarme del gladiador del área, del delantero que hace equipo, que defiende en primera línea de fuego, Miguel Ángel Guerrero, uno de los nuestros. Demasiadas despedidas después de una alegría inmensa, cerca de una docena de nombres, media plantilla, un desastre. Resulta catastrófico, pero sólo en apariencia. Detrás de cada decisión meramente deportiva, salvo la marcha de Jony y Luis Hernández, está el gran Abelardo. A menudo me pregunto: ¿Acaso el Sporting hubiese ascendido la temporada pasada y salvado la categoría en ésta si Abelardo no fuese el entrenador de este grupo de guajes? La respuesta parece cristalina: No. En ningún momento cuestionaré las decisiones de Abelardo Fernández, y no porque haya abrazado el abelardismo, sino por sentido común. Un gijonés al que nadie le ha regalado nada, que ha ganado su credibilidad a base de triunfos, de puñetazos encima de la mesa cuando tuvo que dar la cara por su equipo. No, no seré yo quien se atreva a dudar, confío en su criterio y sé que el equipo será mejor la próxima temporada.
      Es el momento de mirar hacia delante, abandonar ese pesimismo absurdo que nos invadió poco después de lograr la permanencia, los futbolistas van y vienen pero el Sporting seguirá año tras año generando nuevos recuerdos, alegrías y tristezas. Hemos disfrutado de corazón con un Sporting mítico, pero que nadie olvide a quienes continúan con nosotros: Sergio Álvarez, Isma López, Nacho Cases, Lora, Meré, Cuéllar...
      Somos el Real Sporting de Gijón y seguimos aquí para hacer historia.

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Carlos Álvarez Castañón