lunes, 10 de febrero de 2014

Amor en la Cúspide

      Habría jurado ante siete curas que mi entrañable amigo Paco era un muchacho atractivo para las mujeres. Pero sus incursiones en territorio enemigo, portando la mejor de sus sonrisas así como un amplio arsenal de chistes y ocurrencias, jamás terminaban con éxito. Por esa razón me sorprendió aquella tarde cuando lo vi en compañía de una guapa chavala en el reservado del Tik Disco-Sport. Yo regresaba de la barra con un par de cervezas en mis manos caminando entre chaquetas de estrambóticas hombreras, melenas rizadas de peluquería y la voz de Lionel Richie entonando "All night long". Me detuve ante ellos sin saber muy bien qué hacer. Tonteaban en sintonía, absortos en su burbuja, buceando en los confines de la estulticia. Di media vuelta y opté por ahogar mi soledad sin prisa, contemplando la arena como un mal torero desde la barrera. Ya daba cuenta de los últimos tragos de mi segunda cerveza cuando alguien se abre paso entre los ritmos reggae de Jimmy Cliff con un potente grito. Paco me decía adiós, se marchaba del Tik en compañía de la chica morena que acababa de conocer.
      Por aquellos años, mi amigo gozaba de una Vespino destartalada y ruidosa que un primo suyo le entregó después de haber ingresado en la cárcel del Coto a causa de asuntos menores. Es decir, alrededor de un año para recorrer las calles de Gijón a toda caña y sin casco. Sin embargo Paco no quería desperdiciar esta oportunidad que le brindaba el destino y condujo a Penélope, que así se llamaba ella, hacia uno de sus rincones favoritos. Desde la Guía hasta la Providencia tardaron tan sólo siete minutos. Noche cerrada y con Gijón a sus pies, empezaron a charlar sobre sus vidas. Penélope dijo ser  hija única de una buena familia de Somió. "Aquella es mi casa", comentó mientras señalaba en lontananza sobre un enjambre de lucecitas anaranjadas. Le relató a mi amigo las bonanzas de un atardecer de verano con una copa de caipiriña en los labios y el reflejo de las nubes sobre las tranquilas aguas de su piscina. Paco echó un vistazo a su Vespino prestada y puso a funcionar sus dotes de improvisador creativo. No era prudente desvelar en la primera cita su prosaica realidad, sus trabajos de poca monta como el celebérrimo de calamar gigante en la feria de muestras. Decidió que la calle Corrida sería un buen lugar para residir ese nuevo Paco, ¿por qué no? Acababa de instalarse en su flamante dúplex. "La mudanza, el desorden, me tienen de cabeza, de cualquier manera -añadió- siempre me han entusiasmado la cúspides, contemplar la ciudad a vista de pájaro es delicioso". Se besaron en silencio, con delicada ternura. Aquello era sin duda el comienzo de algo grande.
      Tardaron en verse lo que tarda en agotarse una semana. No existían teléfonos móviles y el trascurso del tiempo poseía un valor distinto. Volví a acudir con él a la discoteca, aunque temía que nuevamente habría de beberme su cerveza. Y así fue, salieron en dirección sur buscando el Picu del Sol, imponente y bellísima panorámica de Gijón y sus alrededores. Más besos, dedos sedientos de piel que recorren caminos pecaminosos.
      Habían transcurrido casi tres meses y no quedaba cumbre por explorar. Penélope escondía su mirada entre las sombras y Paco, sin poder explicarlo, supo que había llegado el final. Ella le preguntó por su mudanza, su dúplex de la calle Corrida, su familia y su vida real. "¡Lo sabe!", susurró dentro de sí. Luego la besó buscando sus ojos oscuros, indulgentemente, como un perro abandonado que se sabe vulnerable.
      Con el tiempo llegaron otras chicas a la vida de Paco y en todas buscó los labios de Penélope, su presencia distraida y misteriosa. Nunca más la vio. Nunca, hasta la pasada semana. Me llamó nervioso intentando compartir conmigo todos aquellos recuerdos que escondía en su interior y me confesó sus andanzas, sus persecuciones e interrogatorios a quienes la conocían: Trabaja en Contrueces como cajera -narraba desconsolado- en un pequeño supermercado de barrio. La reconocí al instante a pesar de los años. Apenas sonríe y la chispa de su mirada se ha perdido. La seguí hasta su casa, un humilde piso en una calle estrecha y oscura donde, al parecer, siempre ha vivido. Tiene dos hijos, un padre enfermo y un marido en el paro. ¡Qué bella era con máscara, en esa otra vida que ella también inventó para mí! Años más tarde he dejado al fin de buscar el reflejo de sus pupilas en otras mujeres. Soy consciente de que Penélope se alejó de mí en cuanto descubrió la vulgar realidad que me rodeaba. Y ahora, la magia que su presencia transmitía, se ha desvanecido para siempre, igual que el destello intermitente del faro de Torres entre la niebla de la noche.


1 comentario:

  1. Buen artículo...
    Menuda discoteca el TIK...cuantas historias se podrían contar.Las redes sociales están bien,pero la manera de relacionarse de antaño me parece mucho mas interesante.
    En fin;Son otros tiempos...

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Carlos Álvarez Castañón