lunes, 1 de septiembre de 2014

Luz de Septiembre

      Un mes da para mucho. Sobre todo si hablamos de agosto. Sobre todo si hablamos de Gijón. Treinta y un días de silencio y romería, de volver a empezar como cada año, de encontrarse con uno mismo al doblar cualquier esquina del barrio que te vio crecer. Descubrir que todo está en su sitio, que nada ha cambiado, y respirar muy hondo frente al mar, camuflado entre turistas que miran por primera vez la bahía de San Lorenzo desde el balcón donde rompen las olas con mansa amenaza. Y por un instante soy uno más, un viajero que está de paso por el centro de mi universo, por esos rincones con los que tantas veces soñé. Todos ellos capturan el instante fugaz de sus miradas armados con cámaras de fotos, y el reflejo del atardecer desde el Campo Valdés será un eco que se perderá en el recuerdo. Entonces sé que soy distinto, porque el rumor que escucho, cada matiz del paisaje, atraviesan mi cuerpo. Soy parte de esa ciudad que contemplo con un atisbo de melancolía y rareza. ¿Por qué me siento extranjero en ella? No, no es cierto. Sin embargo temo que lo sea. Gijón me mira con otros ojos y yo la observo perplejo sin ser capaz de descifrar lo que me ocurre. Añoro todo cuanto he perdido, mi vida en esa playa que la marea arrastró hace tiempo. No soy yo quien recorre los barrios, un desconocido se ha adueñado de mi cuerpo aunque siga siendo parte de su esencia.
      Gijón se renueva cada verano, el mes de agosto le pertenece, es un homenaje pleno a su carácter abierto. La feria, el teatro, los conciertos, la semana grande, los fuegos artificiales, la sidra...Cada año aparecen nuevas sorpresas en escenarios diversos: el Jardín Botánico, la Laboral... La ciudad late en sus calles con intensidad, se respira buen ambiente en sus bares, en sus terrazas repletas, y ahí es donde reside
la grandeza del agosto gijonés, en una Cimadevilla palpitante, en un barrio del Carmen efervescente. No puedo evitar que un orgullo intenso me invada por dentro al pasear por sus calles, al saber que formo parte de ese Gijón del alma, y cuando recuerdo que pronto estaré lejos, las dudas se disipan al instante, el extraño que habita mi piel me abandona y vuelvo a ser yo mismo, lleno de emoción al saber que nuevamente dejaré atrás el oscuro anochecer brumoso de su cielo.
      Agosto es el final del camino, donde todo termina y todo comienza. Los años se renuevan por estas fechas, nacen proyectos y enterramos fracasos. He guardado silencio durante este mes, he recuperado mi ciudad, la he respirado y regreso cargado de historias que contar, sensaciones que compartir y con la certeza de llevarme dentro un trocito de Gijón.
      Los últimos días de agosto son como un preludio del adiós. Guardaré el sonido de las hojas que el viento mece en el parque de Isabel la Católica, el olor de la mar y esa luz de septiembre que se desvanece, insoportablemente bella desde San Pedro hasta el fondo de mi corazón. 


1 comentario:

  1. Lo de este verano en Gijón fue algo indescriptible. Mareas de gente por donde quiera que ibas.
    Había ganas de salir y supongo que de huir del calor.
    Saludos Carlos.

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Carlos Álvarez Castañón