martes, 19 de noviembre de 2013

En ocasiones veo muertos

      Rorro, mi viejo amigo propietario del "Vértigo", me tiene preocupado. Desde niños, a pesar de que él era un par de años mayor que yo, compartíamos las mismas aficiones: fútbol, coches antiguos y sobre todo, películas de miedo. ¡Qué recuerdos aquellos en los que vampiros, hombres lobo, zombies y espectros, deambulaban por nuestras pesadillas! Sobre todo las noches en las que programaban "Mis terrores favoritos". Jamás me perdí una sesión de masoquismo gótico. Y lo defino de ese modo porque el sufrimiento se prolongaba más allá del final del largometraje. La vigilia se instalaba en mis pupilas que proyectaban sombras entre los recovecos de mi portentosa imaginación. Escuchaba ruidos, lamentos, sonidos de cadenas; una delicia. A la mañana siguiente, cuando la luz del alba dibujaba la prosaica realidad, nos arrastrábamos hasta el colegio con el rostro trasnochado y enfermizo, igual que dos vampiros resignados. De cualquier manera, todo aquello se ha ido con las olas, al menos eso creía. Rorro me envió una serie de correos electrónicos, odia las redes sociales y considera el e-mail la cúspide tecnológica. En sus misivas me informaba acerca de una duda que le había asaltado la noche del viernes. Como siempre, cerró el bar poco después de que el último borracho hubo cruzado el umbral de la puerta. Recogió lo imprescindible y se fue. A escasos metros de su tugurio hay un local, de esos que forman parte del paisaje cotidiano del barrio, una mercería regentada por Carmen, cuarentona de buen ver, hija única y heredera del negocio que, lamentablemente, acababa de cerrar apenas unos días atrás. Rorro, al pasar por delante, creyó ver una sombra en el interior del local, sin embargo, aquella noche había resultado demasiado agitada y consideró que necesitaba dormir para olvidar. Habían transcurrido varios días desde aquello sin conseguir apartárselo de la cabeza, así que regresó una noche más a la vieja mercería con el corazón latiendo escandalosamente en su pecho. ¡Ahí estaba de nuevo, la sombra de una anciana! Lo había visto con sus propios ojos. Corrió como si alguien tratase de atraparlo y finalmente logró alcanzar el portal de su casa. Apenas concilió el sueño y armándose de valor salió a la calle para encaminarse hacia el centro sin saber muy bien lo que hacía. Era tarde, tan sólo se escuchaba el silencio y sus pasos eran los de un gato vagabundo. Atravesó la calle Uría hasta la Plaza de San Miguel y a su paso contempló atónito como los locales vacíos, abandonados, salpicaban la ciudad como oscuros pozos. Ya estaba en la calle Corrida, presa del pánico, preguntándose por qué había decidido protagonizar una de aquellas películas que de chaval tanto nos entusiasmaban. Recordó que "El Jazmín" ya no existía, contempló atónito como "Luisa Fernanda" se había ido, tiendas del Gijón eterno, cafés centenarios reemplazados por franquicias impersonales. El centro de nuestra ciudad se estandariza, se convierte en un calco de tantos otros centros en los que nunca faltan los escaparates de Mango, Zara, Benetton, Stradivarius, Ives Rocher, Calzedonia, Burger King, Banesto, Banco Santander...Rorro cayó postrado ante el escaparate de "Flores Mariam", lamentándose por la pérdida irreparable del pequeño comercio, de los negocios entrañables del Gijón que nos vio crecer y justo, cuando rememoraba el olor a flores frescas que antaño impregnaba ese lugar en el cuál meditaba, se encontró con un nuevo fantasma dibujado sobre el sucio cristal. Aquel fantasma no era otro que su propio reflejo, llorando solo.    
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario

blogdelgijones.glogspot.com

blogdelgijones.glogspot.com
Carlos Álvarez Castañón