lunes, 16 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad


      Rorro lanzó un último vistazo antes de salir a la calle. La nieve se deslizaba con parsimonia a través de la luz anaranjada de las farolas. Frotó sus manos al imaginar la gélida noche. Apagó las luces del "Vértigo" y salió envuelto en una bufanda gris. Sus huellas marcaban el camino hacia el cálido refugio de la Nochebuena: una copa de buen vino, delicioso cordero lechal y la compañía entrañable de los suyos. El sonido del mar se intuía lejano, disipándose a medida que se adentraba en la ciudad. Había luces en las casas e imaginó pequeñas historias de reencuentro, lágrimas de felicidad, anuncios de turrón. Unos chavales se lanzaban bolas de nieve entre carcajadas, escuchó a sus espaldas la voz de un cliente que le gritaba:"¡Feliz Navidad! Rorro levantó su rostro para contemplar los copos cayendo sobre su piel. Alguien cantaba un villancico desde algún lugar cercano...
      Pulsó el botón del tercer piso y sin mediar palabra un sonido metálico le anunció que podía subir. Sus dos hermanas departían apasionadamente sobre papillas, vacunas y cremas para el culito de sus bebés, no en vano habían sido madres a penas siete meses atrás. Rorro no quiso interrumpirlas y optó por servirse una generosa copa de Rioja. Cuando aún tenía la botella entre sus manos, sonó el timbre de la puerta. Unos segundos más tarde allí estaban Andrés y Borja, cuñados de un Rorro que mostraba una amplia sonrisa al verlos aparecer en el salón. Poco después hicieron acto de presencia los anfitriones, Rodolfo, padre de Rorro y su esposa Juana. Tomaron asiento para comenzar la cena. Su Majestad el Rey leía su discurso y sus palabras se entremezclaban con tres conversaciones en la mesa; la de las hermanas y el novedoso giro a su conversación (ahora discrepaban sobre los accesorios de la cuna de viaje), la de los cuñados que calentaban motores con el socorrido tema de la crisis y los ecos de Rorro evadiéndose de todo aquello al recordar alguna secuencia de cine fetén en la cuál James Stewart defendía sus valores.
      Juan Carlos I concluyó con su ceremonial y en el televisor Raphael desgranaba su verborrea diatónica tras su máscara melodramática. Primera tentativa: Andrés alza sus manos cuán reo a punto de ser fusilado. Borja proyecta un grito que silencia al resto de comensales: las hermanas, sus padres y los pensamientos de Rorro. Pero Raphael sigue cantando. El cabeza de familia decide intervenir. Se incorpora y llena las copas de sus tensionados yernos: gasolina al fuego. Arderéis en el infierno, pensó Rorro. Se mascaba la tragedia, los antecedentes, el alcohol y lo entrañable de la noche dictarían sentencia. Andrés tiró un par de puñaladas aludiendo a la soberbia además de algún que otro pecado capital, Borja paladeó gustoso la expresión: "muerto de hambre", las mujeres se apuntaron sin dudarlo a la refriega y cuando el griterío estaba a punto de pasar a la acción, Rorro se sirvió la última copa de vino. Estaban en pie, fuera de sí, festejando como mandan los cánones la Nochebuena. Se escuchó un violento golpe sobre la mesa, cristales rotos, llantos desconsolados. Rorro se levantó y salió de allí sin molestar, entre insultos desgarrados y el "ropopompom".
      Hacía un frío tremendo. No había nadie en el barrio, tan solo nieve sucia, pisoteada. No lograba apartar de su cabeza la figura desgarbada de James Stewart corriendo por las calles. Entró en su casa, había un silencio ensordecedor. Se tumbó en el sofá y estiró su mano derecha hasta el mando a distancia. Buscaba su Navidad, ésa que nadie podría arrebatarle nunca y cuando temía que aquel año iba a ser distinto a los demás, respiró hondo y clavó su mirada en la pantalla. Después de todo había tenido suerte, en ese preciso instante comenzaba la película: "¡Qué bello es vivir!".


   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

blogdelgijones.glogspot.com

blogdelgijones.glogspot.com
Carlos Álvarez Castañón