martes, 3 de diciembre de 2013

Gijón desde otro ángulo

        Es cierto, Paco está fascinado con las nubes; aunque al principio le costó un poquito alzar la mirada. Su obsesión era el mar, las olas rompiendo a los pies de "La Escalerona." Bajaba a la playa y se pasaba largas horas fotografiando la espuma salada que penetraba en la arena. En alguna ocasión tuvo que suspender su trabajo a causa de un golpe de mar. Corría peligro su cámara reflex y su salud. Fue en uno de aquellos remojones involuntarios cuando decidió hacerme caso. Y resultó que allí arriba se escondían formas infinitas y colores inverosímiles.
       Gijón es una ciudad afortunada por el simple hecho de ocupar el espacio geográfico que ocupa. El Cantábrico es un espectáculo cambiante que nos acerca a nuestra propia esencia, raro equilibrio entre la ira y el sosiego. Sería de locos renunciar a todo esto. Sabemos quiénes somos y hacia donde mirar. Sin embargo hoy os propongo dar la espalda a San Lorenzo, a su magnética bahía y adentrarnos en las calles para saborear en su justa medida todo aquello que normalmente pasa desapercibido.
         Carecemos de
un importante casco antiguo como el de otras ciudades, sin duda a causa de nuestro emplazamiento marítimo. Desde hace siglos hemos sido demasiado vulnerables, Gijón ha perdido más de una batalla a lo largo de su historia y a los perdedores no les queda otro remedio que contemplar cómo arden sus edificios. De cualquier manera, esta ciudad posee un patrimonio civil maravilloso, un escaparate encantador, ese otro Gijón que siempre está ahí. Miradores, desde donde contemplar el ocaso adquiere una enorme carga poética, balcones de forja, portales vestidos con azulejos hipnotizantes, diseños de fachadas modernistas, eclécticas o neoclásicas; refugio de la burguesía que ostentaba el poder a principios del siglo XX. Ése es nuestro verdadero patrimonio como ciudad, la herencia de Jovellanos, calles y plazas que él proyectó. Algunas de esas joyas tan sólo forman parte de viejas postales en blanco y negro, pero aún se mantiene lo sustancial de lo que somos. Caminar sin prisa con la mirada atenta es un ejercicio gratificante, sentirse como el viajero que descubre cuanto le sale al paso. Eso es Gijón, el otro Gijón que hay que buscar cada día sin renunciar nunca a la marea; el Gijón que se impregna de sal, que se difumina en sus perfiles elegantes y dignos, manchados por la presencia del Cantábrico. Porque, como tantas veces le pregunté a mi amigo Paco, ¿acaso es falso que las nubes siempre se reflejan en el mar?

1 comentario:

  1. Sin duda solo cuando uno vive fuera de su ciudad durante mucho tiempo empieza a apreciar todos estos detalles que, teniendo muy cerca a diario, no se aprecian. Es cierto que nuestra ciudad posee innumerables edificios y rincones que merecen la pena disfrutar, saborear. Gracias por seguir acercandonos a estos lugares!

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Carlos Álvarez Castañón