lunes, 19 de mayo de 2014

Seven

      El mundo de los sueños no deja de ser una especie de realidad disfrazada. Siempre me ha llamado poderosamente la atención la capacidad de la mente para crear paisajes inverosímiles, absurdas situaciones que nos resultan muy lógicas cuando nos hallamos inmersos en ellas. Todo esto viene a cuento porque esta pasada noche me vi condenado al infierno por el simple hecho de escribir lo que ahora escribo. Pero, como decía Jack "El Destripador", vayamos por partes.
      Antes de caer rendido en los brazos de Morfeo, había devorado las últimas páginas de "El Hereje", la obra del gran Delibes. Y como suele pasarme siempre que empatizo con un personaje novelesco, lo llevo conmigo a lo largo de unos días hasta que se disipa en el vacío. A Cipriano Salcedo, protagonista del libro que acababa de terminar, lo arrastré (o tal vez él me arrastró a mí) hacia ese territorio indescifrable en el cuál no existen las barreras físicas.
      Me encontraba en el centro de una sala, rodeado de inquisidores a los que apenas podía ver el rostro. Sentado en una silla, amarrado de pies y manos escuchaba la sentencia que leía con voz solemne un hombre que hablaba representando a la Santa Inquisición.
-Al reo, autor de "blog del gijonés", se le acusa de incurrir en los siete pecados capitales, ensalzando a la ciudad a la que escribe. Él encarna el pecaminoso destino de ese lugar maldito llamado Gijón, y para que no quepa la menor duda de la sentencia que el Santo Tribunal dicta, desglosaremos uno a uno los pecados en los que Gijón, y en consecuencia el autor del blog, parecen regodearse con éxtasis semana a semana.
      Lujuria. Sus habitantes se entregan al placer de la carne sin miramientos. Este Tribunal es consciente de la descomunal belleza de sus mujeres, su sonrisa y sus formas, sus miradas y su simpatía que no son sino la tentación al pecado. Y pecan, vaya si pecan.
      Gula. Una buena representación del Santo Oficio ha constatado que Gijón esconde en cada barrio docenas de nidos infernales donde se comen deliciosos manjares, mariscos, cachopos, oricios...¡Qué locura!. No diré nada acerca de los barrios en los que se bebe sin sed, una ciudad que dejaría seco el Amazonas si en vez de agua llevase sidra en su cauce.
      Avaricia. Lo queréis todo, lo tenéis todo: el mar, la verde campiña, la cultura, la música, la fiesta, los parques, las sendas, la tranquilidad, el bullicio, el clima, el Sporting... No.¡Intolerable!
      Pereza. Naturalmente con esos parques, ese Cantábrico, esas terrazas, esos cafés de San Bernardo, de Corrida...No pensáis en otra cosa que en... ¿cómo decís vosotros?
-Folgar- susurré mientras encajaba el chaparrón.
-¡Qué asco me dáis!- sentenció el inquisidor.
      Ira. Lógicamente todo lo anterior desata la ira en los demás. ¿Qué van a pensar vuestros vecinos?
-Discúlpeme Don Inquisidor- me atreví a interrumpir- ¿No será usted de Oviedo por casualidad?
-¡Basta!- clamó alguien a su derecha. Se hizo un silencio que pronto rompió el secretario al proseguir con la lectura de la sentencia.
-Envidia. Por fuerza despertáis en quienes os conocen ese fuego abrasador preludio del infierno. Vuestra es la responsabildad de que ellos pequen y por tanto vuestro es el pecado.
-¡Protesto!- atajé como los abogados en las películas americanas. Parecía evidente que La Santa Inquisición estaba loca por cargarme hasta el asesinato de Kennedy. No entendía aquel desglose de pecados y menos aún la pretensión de endosarle a mi ciudad la miseria de otros.
-Y por último, Soberbia. Éste es el peor de todos, en el cuál incurrió Satán cuando creyó estar a la altura del Mismísimo. Escalerona, Tribunona, Molinón, Cerona, Chapones, Mareona...¡Babayos! ¡Pensáis que en Gijón es todo grandioso, sublime, incomparable! Por éste y por todos los ya citados te condeno. Por ensalzar las virtudes sin humildad, sin ser conscientes de que ofendéis con vuestra excelencia.
      El secretario había estado hablando un largo rato, ahora podía intuir su semblante sudoroso, sus ojos muy abiertos y amenazantes. Pero, como dije al principio, el mundo de los sueños no deja de ser una especie de realidad disfrazada, así que me puse en pie y caminé hacia el severo tribunal que me contemplaba atónito al ver como por arte de magia me había liberado de los grilletes que me sujetaban pies y manos;  y sin más circunloquios les solté:
-Venga, dejaros de pijadas y vayámonos de este oscuro agujero. Os invito a tomar unos culetes de sidra en algún chigre de Cimadevilla.    

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Carlos Álvarez Castañón