lunes, 24 de marzo de 2014

El Espejo de los Sueños


      Era un día gris, de persistente orbayu y noche prematura. Paco se detuvo en el pasillo oyendo el griterío soez del televisor que acunaba la desidia de su madre. Alzó la mirada y contempló la puerta cerrada a cal y canto, al fondo. Arrastró sus pasos y colocó su mano derecha sobre el pomo. Había llegado el momento de limpiar el alma, recuerdos y utensilios que yacían en los cajones, sobre el techo del armario, debajo de la cama. Pensó que sólo sería capaz de llevarlo a cabo en el poderoso territorio de la imaginación. Pero ahora estaba dentro, visualizaba cada detalle de su viejo proyecto: un rincón para trabajar las imágenes que atrapaba cada día con su Nikon de segunda mano. Arrastró cajas repletas de folios garabateados y amarillentos, revolvió en lo profundo del olvido y regresó al presente después de tres horas y media de trabajo amontonando trastos variopintos. Estaba agotado pero se sentía más vivo que nunca. Necesitaba esa catarsis, un vuelco a su apática existencia. Cerró la puerta y bajó a la calle.
      Rorro hojeaba un periódico cuando su amigo entró en el "Vértigo", se saludaron y después de un par de tragos de cerveza, Paco le habló de su pequeño proyecto. Necesitaba un vehículo para llevar hasta el almacén de reciclaje todos aquellos trastos que acababa de amontonar. Rorro le dijo que contase con su coche para lo que quisiera. Se despidieron hasta el día siguiente.
      Había dejado de llover aunque las aceras permanecían con esa pátina de brillo salado por la pleamar. Paco conducía creyéndose dueño de sus propios actos. Detuvo el coche y comenzó a descargar en sus correspondientes contenedores todo aquello que había sacado la noche anterior del cuarto de su casa: medicamentos caducados, cartones, bombillas fundidas...Era absurdo lo que había almacenado en el olvido, se reía de sí mismo al escuchar el escandaloso ruido de las pilas derramándose sobre el plástico vacío. Sin embargo su sonrisa se tornó en rictus al encontrarse de frente con el destartalado sillón de color indefinido sobre el que había volado tan alto como su imaginación le permitió; allí sentado descubrió la isla del tesoro, surcó los mares en busca de Moby Dick y exploró los recovecos de la perversidad junto al gran Poe. Una corriente eléctrica había recorrido su piel. Apartó sus manos del viejo sillón y separó su cuerpo del coche. Aturdido, caminó por el recinto intentando recuperar la calma. A su lado permanecían apilados televisores del lejano siglo XX que parecían clamar justicia ante su abandono. Recordó su pobre vídeo VHS, aquél que esperaba en el fondo del maletero y que le enseñó la magia de Hitchcock y la excelencia de Wilder. Se mareaba al pensar en el alma de quienes habían gozado con todos aquellos aparatos cuasihumanos que esperaban inertes por el desguace; microondas, licuadoras, neveras, radios, tostadoras; desahuciados, todos desahuciados. Paco regresó al coche, la puerta del maletero permanecía abierta. Se acercó despacio envuelto en sudor frío y entonces fue cuando lo vio: allí estaba, el espejo de los sueños, ése que proyectaba su rostro desencajado y que Paco había conseguido recuperar años atrás de las sucias garras del camión de la basura. Sara, su propietaria, una arrebatadora veinteañera que vivía en el portal de enfrente y a la que él amó como sólo se ama en el cine, lo había abandonado en la calle. Sara jamás supo lo que mi amigo Paco sintió por ella y tampoco que los espejos guardan eternamente la imagen de quiénes un día se miraron en él.   

1 comentario:

  1. Que tiempos aquellos en los que daba tiempo a amar cualquier objeto o aparato electrónico...no como ahora que todo dura lo que dura un suspiro...Un cariñoso recuerdo a las aparatosas cintas VHS,a las portables y mágicas casettes y como no,a los gloriosos vinilos...que tanto nos hicieron soñar.Ahora se encuentran al otro lado del espejo...

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Carlos Álvarez Castañón